Sobre fútbol y piratas.

Siempre he defendido que el fútbol es el mejor deporte del mundo mundial, aunque de vez en cuando me gusta recordar la célebre frase que leí en no sé dónde y a no sé quién, comparando al fútbol con el rugby: "El rugby es un deporte de hooligans jugado por caballeros, mientras que el fútbol es un juego de caballeros practicado por hooligans". Supongo que viene de algún aficionado al rugby, pero lejos de tomárnoslo como un ataque a nuestro querido deporte, debería de hacernos reflexionar que aun queda mucho por hacer. Difícil, porque todo el mundo tiene acceso al fútbol, pero se está avanzando mucho. Recuerdo que hace muchos años, al lado de casa, había una explanada de tierra dura y seca rodeada de hierbajos y restos de escombro, "el campillo". Allí colocábamos cuatro piedras a modo de porterías y echábamos nuestras pachangas cuando los mayores nos largaban de las dos pistas de fútbol sala a las que teníamos acceso.

Sí, cualquiera puede jugar al fútbol, es tan simple como juntar a unos cuantos amiguetes y ponerse a darle patadas a un balón. O incluso a un batido, como hacíamos en el patio del colegio, sin necesidad de petos, balones o árbitros, y esquivando chiquillos que se cruzaban por medio jugando al pilla-pilla. Tampoco hay edad, por tanto, para empezar en esto del fútbol. Además, siempre he defendido y defenderé que se trata del mejor instrumento educativo para formar a las personas del mañana. De hecho, hay estudios que revelan que los niños que practican algún deporte, y especialmente fútbol, desarrollan una mayor seguridad en sí mismos y gozan de una autoestima formidable, lo que aumenta considerablemente su posición en la pequeña sociedad jerárquica entre iguales. O lo que es lo mismo: los niños deportistas suelen ser, por lo general, niños muy bien aceptados y populares. ¿Recordáis quiénes eran los líderes en las pandillas de vuestra infancia? Yo sí.

El problema llega, precisamente, cuando el fútbol no es utilizado para transmitir buenos valores a los pequeños. Y desgraciadamente, al ser tan accesible, el fútbol está infectado de piratas. Hace poco asistí atónito a la lección magistral que un padre daba a su hijo justo antes de empezar un calentamiento prepartido en el campo Antoñete: "Cuando te llegue el balón, no se la pases a nadie; regatea e intenta llegar a la portería contraria hasta que marques un gol". Algunos son tan ciegos que son incapaces de ver que el fútbol es un deporte de equipo. O el entrenador-terrorista de un equipo de benjamines que, en el día de mi debut con críos, hace cinco temporadas, nos metió una paliza de 25-0 y a falta de cinco minutos para el final se negaba a parar la hemorragia pidiendo más goles a sus niños. O aquel impresentable que impidió que sus niños saludaran a los del equipo contrario tras perder un partido igualado. O los que consienten esas peleas en cadetes y juveniles, entre niñatos pepinicos y padres desequilibrados...

"El fútbol es un juego de caballeros practicado por hooligans", pero también es cierto que cada vez quedan menos de esos piratas, terroristas de la educación que no saben lo que es la deportividad, el compañerismo, ni el respeto al contrario. En su vida han jugado al fútbol, y hay que echarles de nuestros campos. Igual que hacían los mayores con nosotros.