Cuando el líder no cree en la causa


Ocho jornadas. No se han cumplido ni dos meses de competición (el campeonato arrancó el 23 de agosto) y la Liga ya se ha cobrado sus dos primeras víctimas: Albert Ferrer, destituido en el Córdoba, y José Luis Mendilíbar, que también ha dejado de ser entrenador del Levante. Los andaluces, con cuatro puntos, son colistas y son el único equipo que aún desconoce el sabor de la victoria; el Levante, penúltimo con cinco puntos, es el menos goleador y el más goleado.
La cabeza del Chapi estaba al caer. Héroe de un ascenso histórico y esperado durante cuarenta y dos años en la ciudad de los califas, su presidente le ratificó en el cargo tras la derrota frente al Málaga en el Arcángel. Aquello terminó por sentenciarle. El fútbol, ya se sabe, es un tren de alta velocidad que todo lo deja atrás, más aún, si los resultados no acompañan. Tan pronto como le han echado, le han sustituido por Djukic, preparador serbio de buen gusto futbolístico que, por atractivo que parezca, tendrá la difícil tarea de mejorar el rendimiento de tipos que nunca convencieron al Chapi. Como Havenaar, por ejemplo.
Y algo parecido ha ocurrido en el Levante, donde la relación deportiva de Mendilíbar con el club nació muerta. Quico Catalán contrató a un entrenador cuyo sello de identidad ha sido siempre su propuesta de fútbol ofensivo y descarado, un tipo valiente que lleva sus principios hasta el final, esté donde esté, y sea quien sea el adversario. El problema es que Mendilíbar llegó a un equipo con ADN Caparrós, nacido para defender y salir al contragolpe. Así, el técnico vasco optó reciclarse y adaptar su estilo a esos conceptos que tan interiorizados tenía su plantilla. Pero cuando el líder no cree en la causa, no hay fortines, ni hazañas. Ni las habrá.