Te vimos muy feliz
aquella tarde. “Estoy para jugar”, decías, recién entrado el 2015, cuando
coincidimos por enésima y última vez en un campo de fútbol, con motivo del
maratón solidario que cada año organiza tu club. Habías perdido peso y, ni por
asomo, sospechábamos que realmente estabas a punto de jugar el partido más
difícil de tu vida. El último.
Tú mismo anunciaste
tu vuelta a los terrenos en un
comunicado por Facebook. El mensaje sobrecogió a todo el fútbol provincial, por
la gravedad de la noticia y por la entereza de tus palabras. Eras así, claro,
directo y sincero. No te dejabas nada en el tintero, jamás ocultaste nada. Eras
transparente porque tenías el don de comunicar con la mirada, ya fuera para
transmitir tu confianza a tus enanos, para apoyar a un compañero en un mal
momento o para defender de manera contundente unos valores que llevabas al
extremo. Lo que era blanco, era blanco.
Por eso te admirábamos
y lo seguiremos haciendo. Siempre ibas de frente. De manera que hoy tus amigos
sentimos una tristeza indescriptible e inconsolable que nos consume por dentro,
al igual que, quienes no casaran contigo, convendrán en esta hora que se ha
marchado un tipo de verdad. Así
encaraste la enfermedad, de frente, mirándola a los ojos y desafiándola hasta
tu último aliento. Que incluso allí, postrado en la cama del hospital, sacabas
fuerza de no sé dónde para tranquilizarnos a los demás. “Este no sabe dónde se
ha metido”, nos decías, y la sonrisa retadora que acompañaba tus palabras nos
hacía creer en el milagro. Realmente teníamos fe, porque si alguien podía
remontar este partido, eras tú.
Aún no te tocaba,
amigo mío. Díselo a quien se lo tengas que decir ahí arriba. Aún no te tocaba. Dilo
hasta que les duela la cabeza. Discute con quien tengas que discutir y quédate
tan a gusto, que tú nunca has sido hombre de silencios ante injusticias como
esta. Argumenta, en tu defensa, el coraje con que te has batido en los últimos
días. Que ni el destino, ni los médicos, fueron capaces de decirte cómo y
cuándo, porque incluso cuando las cartas se descubrieron, te mantuviste firme y
rebelde. Hasta el final, maldita sea, nos has enseñado cómo vivir.