Cruzar España en autobús. Parte 1.

Cuando te das cuenta de lo lejos que está Barcelona es cuando llegas a Sagunto (Valencia) y sabes que todavía faltan cuatro horas de incómodo viaje hasta llegar al Nou Camp. Aun tienes que cruzar Valencia y Castellón para entrar en Cataluña, llegar a Tarragona, y otra horita más hasta el Nou Camp. Eran aproximadamente las seis de la mañana y el Sol se asomaba tímidamente al horizonte. Sagunto despertaba mientras el autobús número quince hacía la segunda parada del viaje, una larga travesía que comenzó a las 00:15 en el antiguo estadio de La Victoria, Jaén. En seis horas había dado tiempo de reirse con un megáfono del que no paraban de salir chistes y que incluso cantó los números de un bingo cuyos principales premios eran galletas de chocholate. También pudimos hacer una primera conexión con Barcelona, donde mi colega Tony nos confirmó en directo y de madrugada que no habría problemas para conseguir más entradas. Entre risas y alguna que otra copa, el viaje se aguantaba. Cuenca fue la primera parada y Marian, la tímida chica que atendía en la gasolinera, la primera "víctima" de una marea blanca que derrochaba alegría y optimismo.

Pese a que Marian aguantó que un tío de treinta tacos le pidiera el tuenti a las 3:30 de la madrugada, y que alguno que otro le pidiera un plato de migas o un vaso de caracoles, ése es el primer cambio que notas cuando sales de nuestra tierra, la personalidad de la gente. Cuando pasas Despeñaperros, es difícil que la gente entienda las bromas como las entendemos por aquí, ahí es cuando piensas lo mucho que mola ser del sur. En fin, que entre bromas y risas llegamos reventados a Sagunto en torno a las seis. Después de abordar aquel bar de carretera, reanudamos la marcha pegados a la costa y buscando Cataluña con el cansancio de seis horas de viaje a la espalda. Era ya de día y los que aun no habíamos conseguido dormir, amagamos con una cabezadita que duraba veinte segundos. No había manera, esperaba un día duro en Barcelona.

En torno a las 10:15, nuestro
autobús llegaba a las instalaciones del Camp Nou junto a los otros veinte en los que se repartía el grueso de la marea blanca. El cansancio desapareció y Jaén comenzó a tomar Barcelona. Pero antes de buscar la boca de metro más próxima, era de obligado cumplimiento hacerse algunas fotos en ese primer entorno.

En la diagonal, dos pijas más tontas que guapas nos dijeron con cara de asco por dónde quedaba la boca de metro más cercana. No sé qué gente predomina en Barcelona, si la gente que se siente española o la que casi vomita al ver el rojo y el gualda. Insisto, no lo sé, pero desgraciadamente son éstos últimos los que más ruido hacen. De todos modos, unos de los lugares más bonitos de toda la ciudad y en el que te puedes hacer la mejor foto, se llama, curiosamente, Plaza de España. Hasta allí nos fuimos en busca de Montjuic para disfrutar de uno de los mayores placeres que podemos ofrecer a nuestras retinas.

En Barcelona el calor es distinto al de aquí. "Parece que he comido caramelos con las manos" decía Adán en lo alto del monte. El calor de Barcelona es húmedo e incómodo, pero no seco y asfixiante como el de Jaén. No obstante mereció la pena subir tantas escaleras para ver Barcelona desde arriba, porque en aquella zona, aun se respira aire olímpico con ese estadio de Montjuic que se levanta majestuoso en la cima junto al Palau Sant Jordi y la piscina de saltos. Pero hacía mucho calor y empezábamos a tener hambre,
así que cogimos el 55 y nos fuimos a la Plaza de Cataluña, un hervidero de gente de todas las clases y gustos que conecta el centro con la playa mediante La Rambla. Con ojos hasta en la nuca para que no nos robaran, buscamos con recelo un lugar para comer después de toparnos con la farola en la que el mejor club del mundo celebra sus títulos, la famosa fuente de Canaletas. Foto típica, atracón de hamburguesa y al metro, a subir los decibelios del Mini.