Cruzar España en autobús. Parte 2.

Hice una gran amistad con Tony hace ya un par de años cuando se vino al sur en busca de curro. Estuvo aquí unos meses pero la cosa no fue del todo bien, así que se volvió para Badalona y allí está, en su tierra y en su casa, y con su gente. Porque él es catalán y del Barça, pero también se siente español, como podía sentirse cualquiera de los 1.500 jienenses y andaluces que el domingo inundamos Barcelona. Así que no tardó mucho en envolverse en una bandera de España que sacó de una bolsa para pasearse de esta manera por el metro de la ciudad y los aledaños del Camp Nou. Los nacionalistas hacen mucho ruido porque se muestran desagradables ante todo lo que no es catalán, pero también hay catalanes que se sienten españoles, que nos reciben con una sonrisa y un abrazo para hacernos sentir como en casa, como en nuestro propio país...

Después de comer en una zona verde cerca de La Rambla, cogimos el metro y nos dirigimos hacia el Camp Nou. Es difícil perderse en el metro de Barcelona porque tiene muchas menos líneas que el de Madrid, y además, me sorprendió la tranquilidad que reinaba en las instalaciones, nada que ver con el bullicio del metro de Madrid, que dicho sea de paso, parece más nuevo y limpio que el de Barcelona, y no digo con esto que estuviera sucio, sino que el de Madrid está bastante mejor en todos los sentidos. LLegamos a Les Corts y en los aledaños del coliseo blaugrana nos encontramos con nuestra gente, que no paraban de admirar lo que estaban contemplando.

No hace mucho que me quedé maravillado tras hacer el típico tour del Bernabeu, porque el estadio del Real Madrid es una verdadera maravilla. No soy ningún fanático y se reconocer y admirar las cosas aunque sean del rival. Pero lo que tienen montado los polacos ahí en Barcelona es sencillamente impresionante, el complejo deportivo del Barça es un auténtico monumento al fútbol y al deporte. En torno al Nou Camp hay un par de campos de fútbol en el que juegan los más peques. Es bonito ver a niños de ocho añitos jugando al lado del imponente Camp Nou, a unos metros del sueño más deseado por todos ellos, y muy cerca también de La Masía, una especie de casita rural preciosa con vistas al Nou Camp y que alberga a las futuras promesas del Barça. Me gustó el diseño, porque si algún niño sufre un bajón anímico y se pregunta algún día qué hace allí lejos de su familia, tan sólo tiene que asomarse a la ventana de su habitación para recordar que está persiguiendo un sueño, el sueño de jugar en ese estadio. También al lado del Camp Nou están la pista de hielo y el Palau Blaugrana, y detrás, se levanta el Mini Estadi. Es decir, una gran manzana en la que se respira Barça por los cuatro costados y en la que no paran de pasar críos de un lado hacia el otro. Ahora entiendo muchas cosas. Ahora entiendo por qué hay nueve tíos en la selección española que han salido de ahí.

En ese momento nos hicimos pocas fotos, porque la prioridad era evitar que se nos derritieran los cubitos de hielo bajo ese sol de medio día que nos estaba castigando sin piedad alguna. Teníamos que encontrar, con carácter urgente, la sombra donde la afición del Jaén estaba calentando motores para después dar un auténtico recital de fidelidad a la afición catalana. Y allí estaban, cerca del Mini unos 300 aficionados perfectamente identificables por los colores blanco y morado y el rojigualda. Copitas, saludos a unos y otros ("¡eeeh qué pollas haces tú aquí!"), y a cantar. A eso de las cinco nos subimos un poco más arriba, que aunque apenas daba la sombra, era la puerta por la que debían entrar los jugadores en cuestión de una hora y media.

En ese tiempo, no paramos de cantar ni un solo momento, actitud que adoptamos desde ese momento y hasta que nos subimos en los autobuses en torno a las once de la noche. La afición del Real Jaén no paró de animar ni un solo instante. Tony flipaba cuando la situación alcanzó el momento cumbre cuando el autobús de los jugadores del Real Jaén asomaba por lo alto de la avenida. El vello se nos ponía de punta al ver el recibimiento que estábamos dando a nuestros jugadores. Eran ellos los que tenían que dar sentido a toda aquella locura; eran ellos los que habían provocado aquel torrente incontrolable de ilusión; esa gente que venía en ese autobús eran los responsables de que estuviéramos viviendo aquel clímax a 900 kilómetros de nuestra tierra. Ellos nos habían arrastrado hasta allí y por ellos moriríamos. Después de torear, bandera en mano, a algunos coches y cantarles el "que viva España", dieron las siete y nos metimos en el Mini.

Dentro del estadio solo hubo una afición, la que se alojaba en el fondo norte, la del Real Jaén. Desde allí pude ver cómo nos miraban atónitos los seguidores del Barça que estaban en preferencia, no sé que estaban pensando, pero desde luego tenían un ojo en el campo y otro en nosotros. Porque aunque el Barça puso el fútbol, nosotros pusimos el ambiente, y todo ello formaba un espectáculo que nunca se había vivido en ese campo. Thiago nos marcó el primero y Jhonatan Soriano hizo el segundo cuando mejor estaba nuestro equipo, pero seguimos creyendo en la remontada y no pudieron silenciarnos. Después nos dieron la puntilla con el tercero pero tampoco supimos callarnos. Fue entonces cuando leí la mente de los catalanes que nos miraban sorprendidos desde las otras zonas del campo: "Están eliminados y siguen animando. Brutal."

El partido terminó y de allí no nos movimos hasta que veinte minutos después hicimos que salieran al campo nuestros jugadores. Queríamos decirles que seguíamos ahí, que no les íbamos a abandonar, y quisimos darles las gracias por todo lo que habíamos vivido, gracias por tanta alegría, por tanta ilusión, por esa pasión que habían levantado. Salimos del estadio y empezamos el camino de regreso a casa, cansados, dolidos, reventados, especialmente mi hermano, que se desplazó a Barcelona en muletas. Por delante teníamos diez horas de velatorio en ese autobús número quince que 24 horas antes era todo alegría e ilusión. Volvimos destrozados, pero había merecido la pena. Aunque no ganara, vimos jugar a nuestro Real Jaén en una ciudad preciosa y fuimos felices. Hay quien dice que la felicidad no es una meta sino un trayecto. Yo firmo debajo. Nosotros fuimos felices en Barcelona con el Real Jaén, me quedo con eso.