VILLACARRILLO, ESE PELIGROSO DEPREDADOR.


El Villacarrillo culminó ayer su temporada con un nuevo título, el segundo en poco más de un mes, doblete que cierra un año de fútbol para enmarcar. El campeón de la Primera Andaluza se llevó por delante al campeón de la Regional Preferente para levantar la primera Copa Subdelegado de su historia, el único gran reto que se resistía a un club que viene destrozando registros y escalando categorías a la velocidad de la luz. En sólo cuatro temporadas, este Villacarrillo de Francisco Martínez, que comenzó junto a Rafa Espino y alcanza hoy su clímax con Alberto Lasarte, ha cosechado tres ascensos en las últimas cuatro temporadas, y siempre como campeón de liga. Este gigante, que abandona por fin las categorías autonómicas y provinciales para crecer otro poquito más, quería despedirse de nuestros campos ganando la Copa del Subdelegado, la Copa de la Provincia.

Y lo hizo tirando de oficio y serenidad, caminando con paso firme y seguro. No necesitó mostrar su mejor versión, le bastó con mantener el orden en sus líneas, conservar la calma en los momentos difíciles y aprovechar la más mínima oportunidad para destrozar a su adversario. Las categorías están por algo, pensé al final del partido, al comprobar la desolación con que abandonaban el terreno de juego los jugadores de Los Villares, que pusieron argumentos y belleza como para merecer algo más. Pero en fútbol cuenta la diferencia de goles, y el Villacarrillo hizo dos, Los Villares, ninguno. Ahí estuvo la clave, en la categoría y en sus delanteros. Toni apareció cuando su equipo no encontraba el camino, y a la media hora de juego iluminó la senda y abrió la herida. Los Villares, que dominaba sin inquietar demasiado, recibía una estocada mortal e inesperada, un golpe que marcaría su destino.

El guión del partido no cambió nunca. Los Villares tuvo más el balón y encontró profundidad con la entrada de Jacob, que inició el compromiso en el banquillo. Entre tanto, al Villacarrillo se le intuía tranquilo, cómodo. Esperando, paciente, el momento adecuado para saltar sobre su presa y reventar sus esperanzas. Así podríamos resumir las escena, como el depredador que aguarda agazapado y confiado, mientras observa a su presa divirtiéndose ajena a los peligros que le acechan. Porque Los Villares se divertía y creyó tener el control de la situación, sobre todo cuando el penalti de Mutiu pudo igualar el partido, pero esa extraña maldición bíblica que persigue a los más grandes cuando se disponen a lanzar desde los once metros, supuso un varapalo insalvable para los villariegos. 

No obstante, siguieron intentándolo e incluso estrellaron un balón a la madera, pero el Villacarrillo tiene arriba a un tipo que huele la sangre y que ya estaba preparando su ataque definitivo. Mientras Los Villares se volcaba camino del final, Carlos Ortega merodeaba suelto por el balcón del área, recogió un balón que pasaba por allí, y disparó fuerte, cruzado y por bajo para batir a Rubén Guerrero. 2-0, pis-pás. El Villacarrillo, justo vencedor, se merendó a un equipo de Los Villares que mereció más y al que debemos agradecer su propuesta ofensiva. Pero el fútbol es así, y las categorías están por algo.